Durante años, a los europeos nos han hecho creer que los americanos trabajan más que nosotros. Para empezar, nos decían, tienen derecho a menos días de vacaciones al año –normalmente dos semanas–, y en segundo lugar, rara vez se aprovechan de todos los días que les corresponden porque están demasiado atareados.
También creíamos que los americanos solían entrar temprano a trabajar, salir tarde y almorzar hamburguesas y refrescos sin moverse de su mesa de trabajo.
Y, durante mucho tiempo, la reacción de la mayoría de los europeos era sonreír indulgentemente y salir del trabajo para discutir los planes para sus vacaciones de un mes de duración mientras almorzaban plácidamente.
Pero los tiempos están cambiando. Al igual que muchas de las cosas –tanto buenas como malas– que provienen de América, la noción del trabajo de las 24 horas del día, los siete días de la semana y los 365 días del año, se desplaza por el Atlántico como un frente, y temo por nuestro futuro.
Incluso los franceses, aquellos exponentes del prolongado y lánguido almuerzo de negocios, se han visto obligados a flexibilizar la ley que reduce la semana laboral a 35 horas.
Por toda Europa se queman las pestañas (y a la porra con la huella de carbono) mientras que las empresas intentan competir con industrias en continentes lejanos y una escala de sueldos aún más lejana.
Lo que hizo que me diera perfecta cuenta de esta adopción de la “ética protestante de trabajo”, tan predominante en los EE.UU., fueron los resultados de una reciente encuesta en la participaron 85 profesionales de la industria de los eventos, en su mayoría europeos. Formó parte de un debate anual sobre las ventajas y desventajas de la tecnología, en la que mi amigo Corbin Ball consocio y también columnista de MPI, nos enfrentamos a porrazos, dialécticamente hablando.
La encuesta se diseñó para descubrir hasta qué punto los profesionales de nuestra industria eran esclavos de las nuevas tecnologías. Los resultados fueron alarmantes.
Por lo que se ve más del 88% de nosotros contestamos correos electrónicos y llamadas telefónicas relacionados con el trabajo fuera del horario de oficina. Esto tal vez explique por qué el 74% de los encuestados respondieron que el estrés que sufren aumenta exponencialmente con el volumen de correos electrónicos que reciben.
Así que ¿cuándo se desconecta la gente hoy en día? ¿Quizá se relajen cuando están de vacaciones? Pues va a ser que no. Casi el 60% de los encuestados reconocieron que, si les privaran de Internet por una semana, se volverían locos, y el 33% dijeron que se sentirían inquietos. Lo que chafa esa escapada relajante lejos del ajetreo.
Pero ¿nos ha hecho Internet más productivos? Aparentemente, la respuesta es no. Parece que nos obsesiona la comunicación constante. Más del 88% de nosotros comprobamos nuestro correo electrónico al menos cada hora. La mitad leemos los correos en el momento en que llegan.
Sin embargo todos sabemos que las interrupciones y distracciones reducen sobremanera la productividad.
Lo que es más, el 36% de los encuestados respondieron que dedicaban más de una hora a la semana a comprobar el correo electrónico y a borrar los mensajes spam. Lo que supone otra pérdida valiosa de tiempo.
Mientras tanto, la enfermedad, que denomino “La Teoría de Indispensabilidad”, ha contagiado a muchos europeos. Casi el 40% de los encuestados reconocieron que rara vez se aprovechaban de todos los días de vacaciones que les correspondían.
Supongo que esto se debe a que temen que no les echen de menos o porque creen que la empresa dejaría de funcionar sin ellos –¡vaya vanidad!–.
A las empresas y a los jefes que no insistan en que sus empleados se aprovechen de hasta el último día de sus vacaciones anuales les esperan tiempos turbulentos. Y no sólo porque el descanso es bueno para su salud.
La ausencia de un jefe (preferiblemente incomunicado) es el único momento en el los subordinados tienen la oportunidad de asumir responsabilidades adicionales, poner a prueba sus habilidades y crecer en el trabajo. En la actualidad, la tecnología les priva a todos de esta oportunidad.
Hasta que, por supuesto, el estrés ejecutivo llega a punto de ebullición y, de repente, el jefe ya no está para nadie –salvo las pompas fúnebres–.
La adicción al trabajo es una exportación de los EE.UU. que debemos resistir en Europa.
TONY CAREY, CMP, CMM, es escritor y asesor independiente. Para contactar con él envíele un correo electrónico a tonycarey@psilink.co.je o visite su sitio web www.tonycarey.info.
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Publicado
24/07/2008