El impacto de la tecnología digital en nuestras mentes y conductas es un campo que está aún relativamente inexplorado, lo que significa que tú eres la única persona capacitada para hacer esa evaluación.
Acabo de salir indemne de la producción y distribución de otro documental de PBS, titulado Digital Nation (Nación digital), que versa sobre los medios y la tecnología. ¿Qué he aprendido tras dos largos años de investigación enfocada en el impacto de la tecnología digital en nuestros cerebros, emociones, conductas y cultura? O, lo que es más relevante para nuestra comunidad, ¿cómo cambia la vida en una cultura digitalmente conectada, la forma en la que las personas se interrelacionan en el mundo y la vida real?
La verdadera respuesta es que nadie sabe a ciencia cierta cómo estas cosas nos afectan.
Quizá no sea tan sorprendente. ¿Cómo se podría de veras medir tal cosa? Aún no hemos sido capaces de medir el impacto de la televisión en los cerebros y las conductas de la gente; y nadie planea hacerlo, más allá, no obstante, de algún que otro programa de investigación que tal vez ayude a alguien a venderte algo.
Aunque dispusiéremos de dinero y fondos, de todos modos el esfuerzo en sí sería con toda probabilidad fútil. Huelga decir que podríamos someter a la gente a resonancias magnéticas para estudiar su actividad cerebral mientras juegan con el ordenador o leen libros. O acaso podríamos estudiar la forma en la que las diferentes áreas de los cerebros de distintas generaciones han aumentado o encogido.
Pero, a decir verdad, ninguno de dichos cambios ocurre de forma ajena a otras causas y efectos. La televisión formó parte de un enorme cambio en nuestra cultura y conducta; pero ¿fue debido al hecho de que los televidentes se sentaban a ver un tubo, en lugar de escuchar la radio (o antes de eso, dicho sea de paso, a alguien tocando el piano)? O ¿fue más bien el resultado del nuevo estilo de publicidad a la que se les exponía: aquellos anuncios de 30 segundos muy molestos?
O, en un contexto aún más amplio, ¿se produjo el cambio debido al nuevo impacto de las marcas nacionales y la investigación psicológica detrás de ese desarrollo, antes de lanzarlas –vía televisión– ante el público en general? Y ¿si la televisión hubiera empezado con un modelo “de pago”, como el de HBO, en lugar de un modelo basado en el patrocinio comercial, como el de CBS? ¿O incluso un modelo basado en la financiación pública, como la BBC?
Asimismo, es difícil diferenciar los efectos de los videojuegos con los de los chats online, de la publicad de banners y de simplemente sentarse frente a una pantalla iluminada a 35cm de tu cara. Podemos descubrir algunas cosas, como el hecho de mantener abierta la ventana del programa de correo electrónico detrás del documento en el que estás trabajando, hace que seas el 50% menos eficaz que si dicho programa estuviera cerrado, o que alguien que es más alto que tú, en una simulación virtual, disfruta de una enorme ventaja negociadora en el mundo real.
Pero, hasta que no obtengamos auténticos resultados de investigación dentro de una década –si es que los obtenemos alguna vez–, la única manera que tenemos de medir el impacto global de vivir en el mundo digital es cómo hacerlo en el ámbito personal. ¿Cómo me hace sentir el uso de una tecnología determinada? ¿Me hace sentirme más o menos conectado con la persona con la que estoy comunicando? ¿Es más probable que pierda los estribos cuando comunico a través del correo electrónico? ¿Me cuesta menos tiempo, o en realidad más?
Además, tenemos que afrontar el hecho de que lo que sentimos puede que no sea lo que somos realmente; como un borracho, a veces estimulamos de más nuestras capacidades bajo su influencia. Como ha aprendido uno de los científicos con los que trabajamos en Digital Nation, cuando las personas piensan que se están llevando múltiples tareas de forma eficaz, de hecho están cometiendo muchos errores que no cometerían si estuvieran realizando una sola tarea. Asimismo, es de suponer que las personas se sientan a veces más cercanas a otras online, pese a que algunas de estas relaciones tienen de veras menos intensidad y sustancia tangibles.
Y de nuevo, todas estas percepciones se ven desvirtuadas y obnubiladas por las personas y cosas con las que nos relacionamos a través de estos dispositivos. Un ordenador parece y siente distinto para una abuela que lo utiliza para comunicarse con sus nietos que para un trabajador que se sirve de él para defenderse de las órdenes de un jefe iracundo o de las quejas de los clientes. El ordenador no es más que el mensajero.
Sí, nuestras tecnologías digitales poseen sus propios sesgos: el teléfono móvil nos hace más vulnerables a los aguijones de otros; Internet nos hace formar parte de un mayor número de distintas afiliaciones de personas; los videojuegos aumentan nuestro nivel de dopamina. Pero ahora que estas tecnologías se han asentado en nuestras vidas, puede que los sesgos de nuestras tecnologías estén subordinados a las formas en las que elegimos utilizarlas.
El truco, al menos para mí, es desconectarme de lo digital el tiempo suficiente como para orientarme de nuevo; en primer lugar, para restablecerme como forma de vida orgánica, y sólo en segundo lugar, como presencia virtual. Y durante estas pausas, recuerdo lo que es prioritario –para mí, para mis allegados, mis colegas y mi sociedad.
El botón de reactualización definitivo es reunirse con gente en el mundo real. One+
DOUGLAS RUSHKOFF es autor cuya obra más recientemente se titula Life Inc: How the world became a corporation and how to take it back. Es profesor de Ciencias de Información de The New School de Nueva York. Para contactar con él, envíale un email a rushkoff@rushkoff.com.
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Publicado
31/03/2010