Ponemos el concepto de liderazgo en un pedestal. Hay líderes y luego seguidores. Escribimos largas diatribas sobre cómo convertirse en un líder. Hacemos que parezca algo inalcanzable. Hacemos que parezca más importante de lo que realmente es. Si preguntas a alguien si cree que es un líder, es probable que suscites una tímida respuesta o una negación absoluta. El hecho de admitirlo parece presuntuoso.
Y, sin embargo, si realmente piensas en la gente que ha hecho que cambies tu forma de pensar o de hacer las cosas, es probable que descubras que un buen número de esos momentos prolíficos eran de veras bastante sencillos. Unas palabras que hicieron que te pusieras a pensar, la manera en la que alguien se hizo cargo de una situación que te llamó la atención, algo que hicieron que te indujo a pensar, "Eso es tan sencillo: ¿por qué no puedo hacerlo yo mismo?"
Hace no mucho escribí un corto relato de inspiración sobre una conversación que mantuve con mi abuelo que provocó que repensara mis prioridades personales y profesionales. Aquél relato inspiró a dos lectores a realizar cambios en sus vidas. Uno de ellos me envió un correo electrónico para decirme que le había dado la motivación necesaria para perseguir su sueño, dejando su trabajo y montando su propia empresa (y lo hizo). El otro me comentó que se había dado cuenta de que quería volver a estudiar para ser veterinaria: una carrera que le había apasionado desde niña.
No todos los momentos de liderazgo han de ser trascendentales. Como dijo una vez Dante: "Una gran llama enciende una chispa pequeña." Se trata de un mantra en la que necesitamos empezar a creer.
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Publicado
07/11/2011