En casi todas las presentaciones que realizo hoy en día, hay una cámara de vídeo grabándome, imagen que luego se proyecta en una o varias pantallas grandes en ambos lados del escenario. El principal motivo que siempre se esgrime –de todos modos, es la explicación que me dan– es que el vídeo ayuda al público en una gran sala a sentirse más cerca del ponente. Como si el simple hecho de ver una imagen en una pantalla creara una impresión de más cercanía e intimidad que la persona real, aunque más pequeña, de pie delante de ella. "Fíjese en lo lejos que está la primera fila de asientos del escenario", me dijo una vez un organizador.
No se les ocurre que, en lugar de corregir con vídeo los fallos de una deficiente ubicación física del atril o escenario, les sería mucho más fácil idear una óptima puesta en escena. No es cosa de otro mundo, y el espacio no suele ser Madison Square Garden. (Y, con toda franqueza, ¿quién va a un concierto o evento deportivo para verlo en una pantalla de vídeo; exceptuando, tal vez, las repeticiones instantáneas?) Pero los organizadores en cuestión juntaron a un gran número de personas en una sala, para que siguieran los acontecimientos en unas pantallas. Me hubiera sido igual de fácil enviar a un doble para ocupar mi lugar detrás del atril y realizar la presentación desde casa.
Pero los tiros no van por ahí. Si los organizadores quieren que los asistentes a un evento presencial se sientan ajenos a él y pasivos ante los acontecimientos, que así sea. Lo que los organizadores necesitan reprimir es el deseo de utilizar, en un futuro, todo ese metraje para otros propósitos.
Resulta que firme lo que firme, o no firme, en cuanto a los derechos audiovisuales de mis charlas, los organizadores no pueden resistir la tentación de publicarlas –y los vídeos de los demás– en su sitio web, después del evento. Y al hacerlo, perjudican a todo el mundo.
No quiero que me malinterpreten: sé de dónde surge el impulso. Después de un gran evento, queda una especie de resplandor, aunque sólo sea así a ojos de los asistentes. Algo real, algo casi inefable ocurrió; algo que, sin lugar a dudas, se puede transmitir a través del streaming del metraje sin editar de todas las presentaciones, ¿a que sí? A pesar de que para los internautas la experiencia no será igual de que si “hubieran estado allí”, se darán cuenta de lo que han perdido y seguirán asociando a la organización anfitriona con toda esa capacidad intelectual, ¿cierto?
No siempre. Ni siquiera la mayoría de las veces.
En la Web existe una tendencia cada vez más extendida –una desnaturalización de la filosofía de la fuente abierta– de que todo lo que hace todo el mundo debe publicarse online, para que todo el mundo lo pueda ver y comentar sin trabas. Malvadas discográficas, poseedores de derechos e ingenieros de la “gestión de derechos digitales” se encuentran en un extremo del espectro, haciendo todo lo posible para proteger sus activos digitales de las hambrientas masas. Y en el otro extremo están los evangelistas del “todo abierto”, incapaces de entender por qué puede haber algo que no esté disponible a través de una búsqueda en Google.
Los expertos en marketing online suelen encajar en el extremo del “todo abierto” y recomiendan compartirlo todo cuanto antes, sin aviso alguno. La idea reside en que, al estar abierto, atraerás a todo el mundo para que vean lo que haces. El hecho de compartir con terceros animará a otros a compartir contigo; toda publicidad es buena publicidad, los contenidos son el rey, y así sucesivamente.
Y aunque puede que el mundo merezca ver lo mejor de lo que eres capaz, no todo lo que haces es merecedor de ser publicado online para que todo el mundo lo vea. Lo siento, pero demasiados eventos sufren del efecto “espectáculo escolar”, en el que ver al mismo niño mejorar un poco sus dotes interpretativas, en un papel de Grease nos embauca de tal manera que de veras pensamos que lo hace bien.
Asimismo, los organizadores que han pasado semanas en el infierno pueden por fin ponerse detrás de los asistentes para contemplarles mientras se ríen o profieren gritos de sorpresa ante lo que está pasando en el escenario (o en la pantalla), y no pueden sino pensar: “¡Lo hemos conseguido!”
Lo cierto es que puede que no se capturara en vídeo lo que hiciste. Sobre todo si lograste la verdadera magia de la organización de eventos, que es hacer que algo ocurra entre personas reales en un espacio real, lo cual no se puede simular o recrear en otro lugar.
En su lugar, lo que se consigue con tanto streaming de medios es hacer que el evento se parezca bastante a cualquier otro evento reciente, antes de ser empotrado en una pequeña ventana de vídeo streaming: presentaciones que duran demasiado, ponentes que tienen algún que otro problema con el software utilizado para su presentación, chistes sobre algún hotel en el que nunca nos hemos alojado y momentos mágicos que se pierden porque el responsable de editar el vídeo en vivo decidió realizar una toma panorámica del público precisamente en el momento menos oportuno.
Aquellas personas que no asistieron a tu evento llegarán a la conclusión de que no acudir fue una buena decisión. Aquellas personas que sí asistieron ahora se preguntarán por qué les pareció tan especial.
El vídeo no puede ser una ocurrencia tardía; sobre todo si se trata de metraje que se va a publicar online. Del mismo modo que puede ser ignorado y olvidado, podría caer víctima del streaming y los mash-ups y terminar siendo editado para otros propósitos, antes de ser publicado de nuevo en YouTube, Vimeo o cualquier otro sitio web, digas lo que digas y hagas lo que hagas después.
La única forma de documentar tu evento online es hacerlo con prudencia, como uno de sus ejes centrales. Las conferencias TED lo hacen bien, pero sólo porque todas y cada una de las ponencias TED de líderes del pensamiento son potencialmente innovadoras. Las charlas se programan y tienen una puesta en escena pensada fundamentalmente para el canal de vídeo. Además, los asistentes a los eventos TED son totalmente conscientes de que estas charlas se graban y se difunden por streaming vídeo para que todo el mundo las pueda ver. Se les hace sentir como el público en el plató de un programa televisado.
Sea cual sea el medio que decides utilizar –antes, durante y después de un evento– hay que recordar que siempre buscará la forma de convertirse en un elemento central del evento en sí, la forma en la que se experimenta y, tal vez lo más importante, la forma en la que se recuerda. No debes a nadie una grabación de vídeo de tu evento; y mucho menos al público que no paga por él. Pero sí tienes la responsabilidad ante los asistentes a tu evento de no envilecer el legado de lo que hicieron conjuntamente. One+
Sobre el autor
DOUGLAS RUSHKOFF da conferencias y escribe sobre la comunicación, los valores, la cultura y las organizaciones. El ultimo libro que ha publicado se titula Get Back in the Box: Innovation from the Inside Out. Para contactar con él envíale un correo electrónico a www.rushkoff.com.
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Publicado
25/07/2010